Al filosofar resulta relativamente facil percatarnos a nosotros mismos como seres participes de una totalidad (un conjunto de seres y cosas) a la que en la medida de nuestras posibilidades intentamos explicar. Sin embargo, es gracias a la filosofía que realmente somos capaces de explicar esa totalidad e incluso trascenderla, claro que ya adentrados en esos terrenos resulta inevitable que surjan, como en caudal, un sinfín de nuevas e intrincadas preguntas:
¿En qué consiste eso que llamamos Ser? ¿Hasta qué punto podemos saber y conocer? ¿Qué es el saber? ¿Qué es el conocer? ¿Qué es el hombre y que somos nosotros mismos? ¿Qué relación hay entre nuestra facultad de conocer y nuestras facultades de imaginar, sentir y querer? ¿Qué son los valores humanos como el de la justicia, la verdad, la bondad y la belleza? ¿Existe un Ser supremo que reúna en sí mismo todos los valores? ¿Qué relación puede haber entre ese Ser y el ser que somos? ¿Por qué somos y estamos en el mundo? ¿Qué sentido tiene la existencia? ¿Participa nuestro ser de algo intemporal y eterno o somos meramente seres temporales y finitos? ¿Qué es el tiempo? ¿Qué es la historia? ¿Qué es la cultura y cuál es el sentido de las diversas formas culturales?
Luego de inquirir sobre todo esto y no encontrar respuesta, no nos queda otro remedio más que aceptar que aún no sabemos a pesar de todo lo que ya sabemos y, en segundo término, intentar problematizar estas cuestiones para encontrar principios que justifiquen eso que llamamos realidad y que sirvan incluso como fundamento para otro tipo de saberes.
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