En los albores del pensamiento científico no existía más ciencia que la Filosofía, todo aquel que filosofaba era científico; lo mismo geómetra, biólogo que astrónomo.
Interesados por la sabiduría todos los grandes pensadores de la Grecia clásica filosofaban, al tiempo que esbozaban lo que habría de ser la Ciencia moderna.
Fue entre los siglos XVI y XVII que se dio la escisión entre las ciencias particulares (naturales en primera instancia) y el pensamiento filosófico. La Ciencia encontró su camino lejos del árbol filosófico; buscando explicar sus objetos de estudio por las causas inmediatas y enfocándose en partes concretas de la realidad, optó por explicar y predecir a la realidad.
La Filosofía, por su parte, prosiguió el estudio de sus objetos por sus razones últimas; intentando comprender a la realidad, para llegar a una visión del universo mucho más profunda que se acercarse a un conocimiento general, que sirviese de base al desarrollo de todos los demás fenómenos del pensamiento.
El que cada cual vaya por un camino diverso no significa que estén enemistadas, todo lo contrario. Filosofía y Ciencia intentan llegar al mismo punto, aunque divergen en métodos y objetivos convergen en propósito; intentar conocer eso que llamamos realidad.
Por lo mismo, la Filosofía interactúa con la Ciencia proporcionándole una función totalizadora y de fundamentación; todas las ciencias tienen que voltear a la Filosofía para encontrar su fundamento y en mayor o menor medida todas las ciencias necesitan integrar (totalizar) el conjunto de sus conocimientos.
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